Luis Marino nos presenta una colección de fotografías cuando menos inquietantes. Con ellas nos abre las puertas a propuestas tremendamente innovadoras, especulando con lenguajes hasta ahora poco explorados.
Desde que la realidad analógica entrara en crisis al hilo del advenimiento de la realidad virtual, no ha habido crítico que no nos recordara que la pretensión de que la fotografía ha de ser un índice de la realidad es poco más que absurda.
En la obra de Luis se pone de manifiesto de forma clara porque los paisajes son conscientemente manipulados, inquietantemente artificiosos a pesar de su total veracidad, que confunden y agreden a quienes hasta ellos se acercan.
En una paradójica parábola constituye la desaparición precisamente para hacer notar su presencia, fuerza la capacidad perceptiva del espectador hasta hacerle recorrer a éste un camino de ida y vuelta, donde el origen del territorio se sugiere o se adivina más que percibirse. ¿Dónde está la obra?. ¿En el resultado final?. ¿En el proceso?. Tampoco. Ambos, proceso y resultado, son visiones parciales y complementarias de un todo que interactúa: la premisa conceptual.
El espectador debe adivinar, a través de la imagen, lo primigenio, el principio de todo, en definitiva, las geometrías, en la mayoría de casos simples y puras, adoptan un tono nuevo al tiempo que enigmático. La técnica permite acercarse lo más posible a la realidad en un intento por imitarla, pero una vez que uno se ha acercado tanto, al final deja de serlo. La cámara sólo capta aquello que tiene delante y difícilmente permite conocer todas las circunstancias que rodean a una imagen. Al fin y al cabo, la realidad auténtica, como bien sabe Luis, no existe, sólo su representación.
José María López Ballesta Comisario de ‘Origen’