Melilla es un punto caliente en el movimiento migratorio; es el nombre de una frontera política pero también, y sobre todo, económica y social. Las imágenes de decenas de personas encaramadas a la valla metálica que separa no sólo la miseria económica, sino también la miseria ética, nos hieren la conciencia como disparos a quemarropa.
Luis se inspiró precisamente en esas imágenes, en este caso las visionadas desde cámaras de seguridad a las que accedió en la red y que mostraban en blanco y negro y con más sombras que luces los frustrantes intentos de tantas personas por saltar al otro lado; su idea inicial, como corresponde con su pulsión pictórica, fue llevarlas inmediatamente al dibujo, aunque los bocetos no fueron todo lo fructuosos que hubiera deseado, dado que le suponía no solamente una enorme dedicación de tiempo sino también un resultado que ya preveía que no se ajustaría a sus expectativas.
Podría decirse que la génesis en términos técnicos y conceptuales se presentó de manera fortuita. Así, según me contaba el mismo, fue una noche de una potente tormenta eléctrica cuando, al contemplar las sombras proyectadas en las paredes de su estudio, decidió situar el eje de su trabajo en este elemento visual. Otro factor inspirador que vertebra este trabajo es la idea de que la frontera es, al mismo tiempo, el propio cuerpo del que quiere pasar; de alguna manera la mente del que quiere venir a este lado llega antes que su propio cuerpo que se convierte en barrera, escollo y limitante de sus movimientos.
Así, con estos elementos como punto de partida, la sombra -la luz- y la frontera -el cuerpo-, ha materializado dos piezas en soporte fotográfico, compuestas cada una de ellas de 24 imágenes, para dar cumplimiento al requisito común de este proyecto colectivo.
El resultado es coherente con la forma que tiene Luis de expresarse en el medio fotográfico, la deliberada confusión de género y soporte que provoca la primera mirada a su obra; el efecto es plásticamente hermoso.
Cabe destacar la potencia conceptual que confiere a las obras el hecho de que los sujetos fotografiados no aparezcan sino como sombras, como rastros, despersonalizados -deshumanizados-, ahondando así en la idea de banalización de los acontecimientos que la saturación de documentación gráfica propicia. Frente a la fotografía como documento, fedataria -¿objetiva?-, el autor practica la fotografía como propuesta intelectual, donde lo esencial es compartir con el espectador un ejercicio de reflexión sobre lo que nos evocan, nos provocan o nos sugieren las imágenes, y no tanto su deglución, consumo y … olvido.
Carmen Dueñas
Elche, abril de 2015